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Mitos y leyendas de Misiones

El Pombero

Allí va: moreno, velludo, de rostro barbudo, pies peludos, tocado con su gran sombrero y completamente desnudo…

Va buscando miel y tabaco… alguna moza perdida en la selva o tal vez algún caminante al que engañará con su silbido o piar de pollo… Es el Pombero; el mítico Pombero que merodea en las noches de Misiones. Es un hombre el que obliga a que los niños dejen de hacer ruido y cierren los ojos para no verlo y tapen sus oídos para no sentir cuando roba de la cocina familiar el tarro de miel o un trenzado de tabaco… Sus hechos son terribles. Aunque a veces toma simpatía a un viajero y puede inclusive salvarlo de un peligro. Pero también saber hacer que se pierdan o lleguen a morir de terror ante su presencia.

Cuando cuida a alguien lo persigue con su piar de pollo en medio de la noche y lo salva de cualquier peligro o acechanza. Si se despierta su maldad, es capaz inclusive de robar una esposa o dañar un animal doméstico.

En ocasiones dejó embarazada a mozas solteras, naciendo de tal unión por lo común un niño deforme. Hechos de esta clase se cuentan en todos los poblados rurales.

Con su andar silencioso, tiene los pies cubiertos de pelos, recorre los caminos rojos de Misiones, buscando sus presas entre los colonos y los hacheros, y muchas veces llega a ser tan grande su osadía que hasta logra seducir a alguna niña de los barrios de extramuros de cualquier ciudad…

Tal es el Pombero, uno de los mitos populares de Misiones.

Muchos lo han sentido, pocos, muy `pocos, lo han visto. Pero lo cierto es que desde hace casi 300 años habita en Misiones.

El Yasí-Yateré

Es un pequeño rubio, de largos cabellos, completamente desnudo salvo su gran sombrero de paja. Lleva entre sus manos un bastón de oro que le otorga poderes mágicos.

Habita las siestas de Misiones y entre las horas de máximo calor emprende sus correrías por los bosques y chacras.

Cuando se anuncia con su canto, produce terror y pánico. Los niños tiemblan, los ancianos conjuran, las mujeres buscan protección. Y el, para cumplir sus deseos, apela al mimetismo convirtiéndose – según el pueblo- en la avecilla de canto rítmico, cuyas notas graves o agudas, lejanas o próximas, pero siempre elusivas. Cuando se lo busca cerca, al lado, delante o atrás, entona su canción débil y lejana y, así, el viajero engañado vaga por montes y praderas sin verlo jamás.

Cuando el mítico Yasí-Yateré se acerca a alguna casa no es con buenos propósitos. Lo hace para dar miedo a sus habitantes o llevarse a los niños, los cuales atrae con su bastón de oro. Así, lleva a sus prisioneros hasta el hueco de un árbol y les da miel silvestre. Después los deja abandonados, en un estado de “retraso mental” durante el resto de su vida. Roba doncellas y las enloquece, las deja embarazadas de hijos que nacerán defectuosos.

El Lobizón

El “lobizón” o “lobisome” es una bestia mítica, un enorme perro de color negro, de ojos brillantes y fosforescentes, de dientes amenazantes, largos y que se entrechocan continuamente. Su pelo es sucio y su presencia maloliente.

Sus costumbres son asquerosas. La transformación se realiza dando revolcones en basurales y excrementos porque, para lograr la forma de animal, el condenado a ser “lobizón” debe, desnudo, cubrirse de inmundicias.

Es “lobizón” el séptimo hijo varón de un matrimonio. La maldición cae sobre él inmediatamente y, salvo la ayuda de su madrina o padrino, que debe castigarlo con una escoba cuando tiene la forma de animal, vivirá toda su existencia teniendo cada viernes que salir a cumplir su cometido, es decir, desnudarse, revolcarse en cosas inmundas, rondar los cementerios y comer cadáveres.
El individuo, en su aspecto humano, es reconocido por las personas entendido por ser, por lo general, un hombre delgado, pálido, de mal color, de aliento fétido (debido a su alimentación). Suele ser bueno, humilde, medroso e introvertido.

El “lobizón” puede morir, y su muerte se produce de dos formas: la primera de ellas, hiriéndolo con una bala de plata crucificada y bendecida, tratada por una persona que sepa. La segunda forma, es sacándole ciertas señales (una cruz, por ejemplo) que tienen entre piel y carne debajo de uno de los brazos. Esto se hace mientras conservan la forma humana.

El Kurupí

El “kurupí”, “kurupiré” o “kurupirá”, según sea donde habite, es un demonio menor de los guaraníes. Se lo pude describir como un ser pequeño, de apariencia semihumana, de piel muy escamosa, de orejas en punta y que tiene los pies para atrás y los talones hacia adelante. Pero, la particularidad principal de este ser es su miembro viril desarrollado de forma desproporcionada a su tamaño, ya que el mismo tiene una extensión tal que lo lleva enrollado a su cintura, y lo utiliza para enlazar a las mozas que escapan de él.

Es conocido por robar criaturas, si es posible del sexo femenino, y las hace objeto de sus excesos. Los ruidos de la selva le suelen ser atribuidos y, hay quienes dicen haber visto su rostro faunesco: barba y pelo que le cubre virtualmente cara y cabeza, dejando ver una inmensa boca poblada de grandes dientes, una nariz deforme y ojos hipnóticos, riéndose asomado por entre los arbustos del monte.

 

Kaá Yarí

La “Caá-Yarí” es la dueña de la yerba mate, la abuela de los yerbales. Ella tiene figura de mujer, cabellos de color cobrizo y se desposa con los “tareferos” en un día viernes santo en la iglesia del pueblo. Cuando un tarefero se compromete con la “Caá-Yarí” no puede tener otra mujer o recibirá las más severas sanciones.

Ella cuida de su prometido haciéndole el trabajo en los yerbales, a tal punto que los hombres que se comprometen con la bella dama cosechan grandes cantidades de yerba que duplican la cantidad normal.

Leyenda:

Contaban los ancianos que, a la vera de un arroyo, en medio de la selva misionera, se había detenido un indio de mucha edad que, agobiado por el peso de los años, ya no podía seguir a su tribu durante las travesías por la selva.

Los suyos siguieron su camino, el natural deambular de los guaraníes, que no se asentaban en un lugar más allá de lo que duraba una cosecha.

Quedaron entonces el anciano y su hija, la hermosa Yarí, que no quiso abandonarlo, solos en la espesura del monte.

Una tarde llegó hasta su refugio un extraño viajero, que hablaba el mismo idioma que ellos, pero a quien su traza y sus ropas lo hacían ajeno a la región y a la raza. Yarí y su padre asaron un acutí y convidaron al extraño con ese y otros humildes manjares que les brindaba el monte.

Al recibir tanta hospitalidad y esfuerzo de parte de padre e hija, el visitante, que no era otro que Tupá (el Dios del bien), quiso recompensarlos para que pudieran dar siempre un generoso agasajo a sus huéspedes y aliviar sus largas horas de soledad.

Hizo brotar Tupá una nueva planta en la selva y nombró diosa protectora de ella a Yarí. Les enseño a secar sus ramas al fuego y preparar una exquisita infusión que repondría las fuerzas de quien la tomara y haría las delicias de sus visitantes.

Quedó, pues la planta bajo la tierna protección de la hermosa joven, que fue desde entonces Caá Yarí, custodia de los yerbales y sus frutos.

El regalo de Tupá, la infusión vivificadora, no era otra cosa que nuestra yerba mate.

En guaraní “caá”, significa “yerba”, pero también significa “planta” y “selva”. Para los guaraníes, el árbol de la yerba es el árbol por excelencia. Yarí, la diosa protectora de la yerba mate.

El Cambá Bolsa

Es una leyenda muy popular, caracterizada por un indio o mulato fornido, quien carga en su espalda una bolsa que se presume contiene dentro a un niño travieso.

Se lo presenta yéndose de espaldas, entre las sombras de la noche, por lo que no se ve su rostro. Roba a los niños traviesos que vagan cuando viene la noche, y se los lleva a un lugar secreto e impreciso. Cuando se encuentra a los niños robados por el duende, estarán tontos, bobos, quedando luego con secuelas.

La defensa contra este ser mitológico es la vivienda, pues no entra en las casas. Siempre se encuentra afuera, esperando algún niño.

Esta leyenda es conocida por ser custodia de la conducta de los niños, y sirve para hacerlos obedientes a los mayores.

El Pora

Se dice que el Pora es el fantasma clásico con nombre guaraní. Suele presentarse con forma de niño, que posee poderes mágicos. Habita en los montes y protege a los animales y la naturaleza en general.

Según la leyenda, aquellos que dañan la selva misionera o maltratan a los seres vivos que allí viven, son castigados por el Pora, mientras que aquellos que muestran respeto y cuidado son recompensados con buena fortuna.

El Tejú Jaguá

Tejú Jaguá es el primer hijo de Tau y Keraná y uno de los siete monstruos legendarios en la mitología guaraní. Su nombre se traduce literalmente como “lagarto perro” y está relacionado con las características físicas del mismo.

Según cuenta la leyenda, debido a la maldición lanzada por Angatupyry (el espíritu del bien creado por Tupá) contra Taú (espíritu del mal) y Kerana, su descendencia será por siempre deforme y monstruosa. Así, el primer hijo de la pareja es un enorme y horroroso lagarto con siete cabezas de perro, las cuales dificultan su movimiento, y cuyos ojos lanzan llamaradas. En algunas versiones, Tejú Jaguá solo tiene una enorme cabeza de perro. Pero, en todas las variantes coinciden en su escasa capacidad de moverse. Su ferocidad fue aniquilada por deseo de Tupá. Era dócil e inofensivo. Aun así, era temido por su mirada fulgurante.

Se nutría de frutas y, uno de sus hermanos, el Yasy-Yateré, le proporcionaba miel de abeja, alimento de su predilección. Es considerado como “el señor de las cavernas y protector de las frutas”.

Flor de Irupé

Cuando se recorre el Nordeste argentino no es raro ver, al pasar junto a los esteros, una planta en forma de plato, con hermosas flores que la adornan. Sobre ellas, pueden verse posadas a garzas y garcetas que, desde ese seguro refugio, contemplan al viajero. Esta planta acuática es el llamado “Irupé” o “maíz de agua”.

Como los guaraníes debieron justificar la creación de todo aquello que les llamó la atención, no pudieron menos que crear una leyenda respecto a la causa de la existencia del “Irupé”.

Dicen que Irupé era una princesa guaraní, destinada a ser la esposa de un cacique poderoso, al cual amaba en extremo. En aquellos tiempos, las guerras entre las tribus eran continuas. Antes de desposarse, el cacique perdió la vida en una de las batallas, quedando Irupé desconsolada.
Perdida en sus recuerdos, vagaba por la selva mientras lloraba al muerto querido. Así, como una sonámbula, solían verla los hombres de la tribu, que la creían alucinada.

Un día, llegó hasta el arroyo, en el interior del monte, y siguió caminando, sin fijarse que se internaba poco a poco en lo más hondo del mismo. El agua la cubrió enteramente. Llegó la noche y el cuerpo comenzó a flotar, convirtiéndose poco a poco en la planta que hoy conocemos como Irupé. Ese fue el nombre que le pusieron los guaraníes, el de la princesa: Irupé.

El Mbopí

Desde la perspectiva guaraní, “mbopí” es el término asignado a todas las especies de murciélagos, en general. Ellos son los que portan la oscuridad sembrando la noche y el caos. Por otra parte, en la cultura occidental, la creencia general sobre los murciélagos es que todos son vampiros.

Esta es la historia de un cacique llamado Yaguareté, que era temido por su tribu, y más temido aún por las tribus enemigas. Su predominio entre la indiada aumentaba incesantemente, pues la victoria era su compañera inseparable. Sentía el salvaje, la obsesión de la sangre. Verla correr sobre la verde grama de los campos, después de la pelea, era para él un deleite supremo.

Se dice que Yaguareté no era hijo de mujer. Corría una versión entre los integrantes de la tribu. Se contaba que el cacique fue hallado, a poco de nacer, en el hueco de un añejo tronco de ombú, y que le dieron a la luz con dientes y de su garganta, en vez de llantos, partían agudos silbidos y chirridos que hacían estremecer de pavor a las personas que le rodeaban. Se añadía que la carne humana era su manjar apetecido, y que sacrificaba tiernas criaturas para devorar sus entrañas en canibalescos y horrendos festines. Esto lo pintaba como un monstruo, que tenía tanto de hombre como de fiera, y del cual era preciso precaverse.

Un día, la ruda lucha había llegado a su término y, mientras su enemigo se hallaba vencido en el suelo, Yaguareté se repartía el botín entre los suyos.

Habían tomado por prisioneros al cacique de la tribu enemiga con su familia: la mujer y tres hijos de tierna edad. Una vez finalizado el reparto del botín, Yaguareté se dirigió al cacique enemigo y con una mirada amenazante exclamó:
– ¡Por fin te tengo en mi poder, despreciable! ¿Ves esa gran hoguera que mis fieles soldados han iniciado? En ella serás arrojado, junto con tus hijos. Y eso no es todo, tu mujer, que hago desde ahora mi esclava, va a presenciar tu agonía.
Dicho esto, Yaguareté tomó al cacique y arrebató a los niños de los brazos de su madre, arrojándolos a las voraces llamas que en segundos consumió los cuatro cuerpos sin dar tiempo a las víctimas para arrancar de sus pechos un lamento. Mientras, el temible cacique arrastró a la espantada esposa al borde de la hoguera diciéndole:
– Quiero que veas como se venga tu nuevo dueño de las personas que odia…
Pero Yaguareté no pudo continuar su discurso. Aquella esposa y madre enloquecida por el dolor, sacó fuerzas hercúleas de su flaqueza, y empujando con rara pujanza al malvado, lo precipitó en medio de las llamas mientras exclamaba:
– ¡Monstruo de maldad sin igual en la tierra, que Añá (Dios del mal) te haga renacer de tus cenizas y te convierta en un animal repugnante y horroroso, que viva entre la sangre por toda la eternidad! ¡Qué la luz del día te rechace de su lado y sólo reines en la tiniebla, junto con los espíritus que rondan en torno de las tumbas malditas!
En el mismo instante sacudió la selva un trueno formidable, y, del centro de la hoguera, que se extinguió súbitamente, surgió un extraño animal, de anchas alas membranosas y cuerpo negro y velludo. Dando raros y agudos chirridos acometió a la turba de gentiles, que huyó despavorida como si se hallara en presencia de un engendro.

Desde entonces, se dice que, noche a noche, de la sepultura de cada hereje se abre paso un horrendo vampiro, que retorna antes de despuntar el alba con el hocico sangriento y los ojos repletos de maldad.

Sanador: un silencio que sana

Escultura totémica realizada en angico rojo.

Esta obra hace referencia a la ascendencia, las mujeres que cuidaban las plantas, los tés, el mate, los curanderos que oraban por sus pacientes.

También trae la memoria de las mujeres que observaban la naturaleza para aprender de las plantas, de la tierra.

La energía y los rituales están presentes en esta escultura.

La figura también muestra hojas y semillas de yerba mate, identificando una de las plantas que identifican costumbres y que además tiene poder curativo, homenaje a todos los ancestros, sus conocimientos y sabiduría, honra a mi madre que es sanadora.

“Creé la obra en el bosque, el lugar donde estará ubicada, observé a la gente, el lugar donde crearía la obra. Fue increíble crear la escultura en este lugar” Neuri.

Técnicas utilizadas: Escultura de motosierra, Talla directa, esmerilado a cincel, pintura acrílica, policromía acrílica.

Escultura en madera de Angico (2023)

Autor: Neuri Reolón
Brasil

Leyenda del mate y la luna

Según está leyenda Yacy, la luna, en un momento decide conocer la tierra, la misma baja convertida en mujer y deja como símbolo la yerba mate, para que los hombres se unan y compartan vivencias.

Por eso elijo representar la figura de una mujer con la luna y un mate en la mano, también aparece un ave como símbolo de la naturaleza. Realizada en madera de timbo.

Escultura tallada en madera (2023)
Autor: Walter Meza
Chaco

Madre Guaraní

La madera que fue árbol enraizado a la tierra como la cultura guaraní. Sus curvas pronunciadas pero fuertes hacen referencia al cuerpo de la mujer de caderas y hombros anchos. Las formas establecen una interacción fluida con el entorno natural evitando las formas rectas y tajantes buscando más la curva fluida como los ríos y cursos de agua. Mujer guaraní no es solo una mujer es el paisaje de la selva es la vida en comunidad y armonía con la naturaleza es el arraigo a la tierra.

Escultura tallada en madera de timbo (2023)
Autor: Nahuel Martínez
Chaco

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